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miércoles, 20 de mayo de 2009

VIOLENCIA EN LA ESCUELA

La escuela no está exenta de la violencia que vivimos en la sociedad. Sin duda los acontecimientos que se presentan en las calles, las comunidades y las familias involucran de igual forma a la escuela, ya que ésta no es una isla, por el contrario, el alumnado, el profesorado y el personal directivo o de apoyo técnico llevan todos los días al espacio escolar sus experiencias, problemas, alegrías y tristezas. Además, la estructura escolar es muy semejante a la organización social y a sus múltiples y diversas relaciones, es decir, al interior de muchas escuelas se reproduce el ejercicio del poder en forma jerárquica y autoritaria, aún cuando hayamos oído e incluso dicho y repetido que en los centros educativos aprendemos y enseñamos a respetar a las y los demás, que compartimos conocimientos y valores como la equidad, la igualdad, la democracia y la justicia. Sin embargo, la realidad es otra, ya que en muchas ocasiones el individualismo y la competencia son las formas de relación que imperan en las aulas y en las escuelas, aunque también se desarrollan otras maneras de resistencia que tratan de cambiar la imposición, el control y la violencia, presentes en la forma de dirigir, organizar y conducir los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Durante años, la escuela ha sido uno de los espacios que trata de obtener resultados similares de sus alumnos y alumnas; es decir, homogeneiza a los sujetos sin respetar sus individualidades, ritmos, intereses y necesidades, sin asumir el reto de generar procesos de cooperación e impulsar formas creativas de aprendizaje, sin que haya siempre la aplicada o el aplicado que saca diez y quien reprueba y es "burro" o "burra".

Cada alumna y alumno es singular y tiene potencialidades diferentes. La sociedad no necesita de individuos que se preparen para desarrollar las mismas funciones, en las mismas áreas del conocimiento y el saber, , sino formar personas de acuerdo con un abanico amplio de posibilidades para potencias habilidades, destrezas, conocimientos diversos e idear nuevas formas de construir un mundo mejor. En general, la actitud de las y los docentes, acostumbrados a aplicar medidas disciplinarias, reglas y normas escolares en forma vertical, reproducen el orden establecido de premios y castigos, que permean la cultura escolar. De esta manera, niñas y niños aprenden a resolver los diferentes conflictos en presencia o ausencia del docente, por medio de la violencia.

La violencia y la sumisión son las estrategias que se utilizan con mayor frecuencia para resolver los conflictos y los problemas dentro de las comunidades educativas.
Las maestras y los maestros, desde una perspectiva tradicional de ejercer su práctica docente, enfrentan la tarea educativa con prisa, bajo mucha presión y con las indudables tensiones que supone atender a niñas y niños. Esto trae consigo la dificultad de compartir problemas, dirimir diferencias, encontrar los caminos para cohesionarse como colectivos docentes, pero sobre todo no existe la posibilidad de legitimar y avalar sus logros, sus avances y los resultados exitosos de su labor docente, aun considerando los espacios con los que cuentan para compartir su tarea educativa.

Es por esto que al no tener otras herramientas o alternativas para orientas los procesos de aprendizaje o modificar comportamientos en las aulas, algunas maestras o maestros recurren a modos extremos como el grito, el maltrato, la humillación, incluso el golpe hacia las niñas y niños; pero es aún más frecuente que las y los docentes utilicen medidas disciplinarias como los reportes, los castigos, las suspensiones y la expulsión.

Estas formas de actuar de maestras y maestros, sin duda, repercuten en los infantes, ya que es mediante la intolerancia, la crítica, la exclusión y el rechazo como aprenden y se relacionan a diario en las escuelas, poniendo de manifiesto su incapacidad de convivir de una manera más respetuosa y solidaria.

Estas y otras dificultades más nos arrojan una gran enseñanza: No podemos pensar que las niñas y los niños alcancen una convivencia adecuada y favorable en las escuelas ni un desempeño escolar exitoso, si maestras y maestros, directores y directoras, personal de apoyo educativo y autoridades no logran construir y consolidar un espacio democrático donde el reconocimiento, el apoyo y la solidaridad mutua sean la constante en el ambiente escolar, en donde sea posible vivir y transmitir actitudes y valores de equidad, respeto y tolerancia.

Pero las relaciones violentas que establecen las niñas y los niños no sólo las aprenden en la escuela. La televisión, los juegos de computadora y los video juegos que representan un medio muy eficaz de entretenimiento, favorecen y contribuyen a acrecentar la violencia física, verbal, psicológica y cultural, dado que algunos programas presentan abiertamente como algo “normal” los asesinatos, la discriminación de las niñas y las mujeres, el maltrato hacia los infantes, la vejación a los derechos humanos, entre otros muchos. Por ello, resulta de particular importancia analizar, debatir, criticar y en casos extremos censurar tales programas, ya que infantes y jóvenes aprenden y reproducen patrones que contravienen todo esfuerzo por construir y mantener la paz.

En la actualidad, y desde hace ya muchos años se ha generado un amplio movimiento en nuestro país y en todo el mundo en el que una gran cantidad de docentes, de especialistas, de investigadoras e investigadores, de madres y padres de familia critican a la escuela tradicional en donde el control, el autoritarismo y la disciplina persisten al transmitir e imponer, en ocasiones por la fuerza, los contenidos de aprendizaje y la manera de enfrentar los problemas y conflictos derivados de las relaciones que se establecen entre el alumnado con sus maestras y maestros, así como entre sí mismo y sí mismas.

Una más de las barreras que obstaculizan la educación de las niñas en el mundo tiene que ver con el problema de la seguridad en las escuelas. En torno a esta cuestión, UNICEF constata una serie de situaciones que deben afrontar los niños, pero que inciden especialmente en las niñas. Si los niños deben recorrer largas distancias hasta llegar a la escuela, los progenitores quizás sean más reticentes a permitir a sus hijas que se desplacen, debido a los riesgos que pueden correr para su seguridad personal.

La violencia física en las escuelas, en particular la intimidación y los castigos corporales, afectan tanto a los niños como a las niñas. No obstante, es mayor la probabilidad de que estas últimas puedan ser víctimas de violencia sexual, llegándose incluso a la violación.

La tradicional división del trabajo en función del género se reproduce también en la escuela. A veces las niñas tienen que realizar tareas de mantenimiento en lugar de estudiar, o se les niega el ejercicio físico, y, en ocasiones, hasta sufren acoso moral y sexual.

A menudo se carece de instalaciones de higiene o de saneamiento adecuadas en los edificios escolares, lo que constituye un problema grave, sobre todo en el caso de las niñas y de las adolescentes. La falta de profesorado femenino, y la consiguiente carencia de modelos a imitar y de posibles confidentes, suele provocar una pérdida de seguridad entre las niñas asistentes a la escuela.

La violencia de género, que puede llegar hasta la violación y el embarazo precoz, el matrimonio forzado y la propagación del sida, que sobre todo afectan a las niñas en los campamentos de refugiados y en las escuelas (UNICEF, 2005b).

Fuentes: "Contra la violencia, eduquemos para la paz" Carpeta didáctica para la resolución creativa de los conflictos, México 2003

www.rieoei.org/rie38ao1.htm