La escuela no está exenta de la violencia que vivimos en la sociedad. Sin duda los acontecimientos que se presentan en las calles, las comunidades y las familias involucran de igual forma a la escuela, ya que ésta no es una isla, por el contrario, el alumnado, el profesorado y el personal directivo o de apoyo técnico llevan todos los días al espacio escolar sus experiencias, problemas, alegrías y tristezas. Además, la estructura escolar es muy semejante a la organización social y a sus múltiples y diversas relaciones, es decir, al interior de muchas escuelas se reproduce el ejercicio del poder en forma jerárquica y autoritaria, aún cuando hayamos oído e incluso dicho y repetido que en los centros educativos aprendemos y enseñamos a respetar a las y los demás, que compartimos conocimientos y valores como la equidad, la igualdad, la democracia y la justicia. Sin embargo, la realidad es otra, ya que en muchas ocasiones el individualismo y la competencia son las formas de relación que imperan en las aulas y en las escuelas, aunque también se desarrollan otras maneras de resistencia que tratan de cambiar la imposición, el control y la violencia, presentes en la forma de dirigir, organizar y conducir los procesos de enseñanza y aprendizaje.
Durante años, la escuela ha sido uno de los espacios que trata de obtener resultados similares de sus alumnos y alumnas; es decir, homogeneiza a los sujetos sin respetar sus individualidades, ritmos, intereses y necesidades, sin asumir el reto de generar procesos de cooperación e impulsar formas creativas de aprendizaje, sin que haya siempre la aplicada o el aplicado que saca diez y quien reprueba y es "burro" o "burra".
Cada alumna y alumno es singular y tiene potencialidades diferentes. La sociedad no necesita de individuos que se preparen para desarrollar las mismas funciones, en las mismas áreas del conocimiento y el saber, , sino formar personas de acuerdo con un abanico amplio de posibilidades para potencias habilidades, destrezas, conocimientos diversos e idear nuevas formas de construir un mundo mejor. En general, la actitud de las y los docentes, acostumbrados a aplicar medidas disciplinarias, reglas y normas escolares en forma vertical, reproducen el orden establecido de premios y castigos, que permean la cultura escolar. De esta manera, niñas y niños aprenden a resolver los diferentes conflictos en presencia o ausencia del docente, por medio de la violencia.
La violencia y la sumisión son las estrategias que se utilizan con mayor frecuencia para resolver los conflictos y los problemas dentro de las comunidades educativas.
Las maestras y los maestros, desde una perspectiva tradicional de ejercer su práctica docente, enfrentan la tarea educativa con prisa, bajo mucha presión y con las indudables tensiones que supone atender a niñas y niños. Esto trae consigo la dificultad de compartir problemas, dirimir diferencias, encontrar los caminos para cohesionarse como colectivos docentes, pero sobre todo no existe la posibilidad de legitimar y avalar sus logros, sus avances y los resultados exitosos de su labor docente, aun considerando los espacios con los que cuentan para compartir su tarea educativa.
Es por esto que al no tener otras herramientas o alternativas para orientas los procesos de aprendizaje o modificar comportamientos en las aulas, algunas maestras o maestros recurren a modos extremos como el grito, el maltrato, la humillación, incluso el golpe hacia las niñas y niños; pero es aún más frecuente que las y los docentes utilicen medidas disciplinarias como los reportes, los castigos, las suspensiones y la expulsión.
Estas formas de actuar de maestras y maestros, sin duda, repercuten en los infantes, ya que es mediante la intolerancia, la crítica, la exclusión y el rechazo como aprenden y se relacionan a diario en las escuelas, poniendo de manifiesto su incapacidad de convivir de una manera más respetuosa y solidaria.
Estas y otras dificultades más nos arrojan una gran enseñanza: No podemos pensar que las niñas y los niños alcancen una convivencia adecuada y favorable en las escuelas ni un desempeño escolar exitoso, si maestras y maestros, directores y directoras, personal de apoyo educativo y autoridades no logran construir y consolidar un espacio democrático donde el reconocimiento, el apoyo y la solidaridad mutua sean la constante en el ambiente escolar, en donde sea posible vivir y transmitir actitudes y valores de equidad, respeto y tolerancia.
Pero las relaciones violentas que establecen las niñas y los niños no sólo las aprenden en la escuela. La televisión, los juegos de computadora y los video juegos que representan un medio muy eficaz de entretenimiento, favorecen y contribuyen a acrecentar la violencia física, verbal, psicológica y cultural, dado que algunos programas presentan abiertamente como algo “normal” los asesinatos, la discriminación de las niñas y las mujeres, el maltrato hacia los infantes, la vejación a los derechos humanos, entre otros muchos. Por ello, resulta de particular importancia analizar, debatir, criticar y en casos extremos censurar tales programas, ya que infantes y jóvenes aprenden y reproducen patrones que contravienen todo esfuerzo por construir y mantener la paz.
En la actualidad, y desde hace ya muchos años se ha generado un amplio movimiento en nuestro país y en todo el mundo en el que una gran cantidad de docentes, de especialistas, de investigadoras e investigadores, de madres y padres de familia critican a la escuela tradicional en donde el control, el autoritarismo y la disciplina persisten al transmitir e imponer, en ocasiones por la fuerza, los contenidos de aprendizaje y la manera de enfrentar los problemas y conflictos derivados de las relaciones que se establecen entre el alumnado con sus maestras y maestros, así como entre sí mismo y sí mismas.
Una más de las barreras que obstaculizan la educación de las niñas en el mundo tiene que ver con el problema de la seguridad en las escuelas. En torno a esta cuestión, UNICEF constata una serie de situaciones que deben afrontar los niños, pero que inciden especialmente en las niñas. Si los niños deben recorrer largas distancias hasta llegar a la escuela, los progenitores quizás sean más reticentes a permitir a sus hijas que se desplacen, debido a los riesgos que pueden correr para su seguridad personal.
La violencia física en las escuelas, en particular la intimidación y los castigos corporales, afectan tanto a los niños como a las niñas. No obstante, es mayor la probabilidad de que estas últimas puedan ser víctimas de violencia sexual, llegándose incluso a la violación.
La tradicional división del trabajo en función del género se reproduce también en la escuela. A veces las niñas tienen que realizar tareas de mantenimiento en lugar de estudiar, o se les niega el ejercicio físico, y, en ocasiones, hasta sufren acoso moral y sexual.
A menudo se carece de instalaciones de higiene o de saneamiento adecuadas en los edificios escolares, lo que constituye un problema grave, sobre todo en el caso de las niñas y de las adolescentes. La falta de profesorado femenino, y la consiguiente carencia de modelos a imitar y de posibles confidentes, suele provocar una pérdida de seguridad entre las niñas asistentes a la escuela.
La violencia de género, que puede llegar hasta la violación y el embarazo precoz, el matrimonio forzado y la propagación del sida, que sobre todo afectan a las niñas en los campamentos de refugiados y en las escuelas (UNICEF, 2005b).
Fuentes: "Contra la violencia, eduquemos para la paz" Carpeta didáctica para la resolución creativa de los conflictos, México 2003
www.rieoei.org/rie38ao1.htm
miércoles, 20 de mayo de 2009
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